En la entraña de la Sierra de Albarracín, Tramacastilla despierta entre las caricias de los ríos Guadalaviar y Noguera. El primero, serpenteando desde Noguera, se cuela en Tramacastilla como un susurro ancestral que acaricia sus tierras con una hoz estrecha, narrando historias grabadas en cada curva de sus 2 kilómetros antes de abrazar al pueblo. El Noguera, compañero del suroeste, fluye desde el Salto de Pedro Gil, nutriendo las tierras con sus aguas.

En el rincón donde el río canta, el molino de barranco Hondo guarda secretos mientras la fuente del Berral brota con fuerza, tejiendo un tapiz de sauces, chopos y juncales aguas abajo. En este vergel, se alza la poesía natural de Tramacastilla.

Entre las páginas de su historia, se descifran las huellas de un poblado ibérico en el Cabezo y la torre musulmana que corona la peña del Castillo, guardiana silente del tiempo.

La iglesia de Santa Ana, erigida en 1680, se alza majestuosa, fusionando la piedra con la fe. Su torre, testimonio de siglos, eleva dos cuerpos al cielo, cuadrado el primero y octogonal el segundo, como un faro que guía a través de las eras. En su interior, la forja del coro cuenta historias entrelazadas con cada estrofa celestial.

A la sombra del cementerio, la ermita de San Roque, con raíces en el siglo XVI, nos susurra leyendas medievales. La entrada, un arco de medio punto, es un umbral hacia la espiritualidad serena de antaño.

Al borde del camino, la ermita de la Magdalena se presenta, con su pórtico de madera sostenido por columnas que guardan el eco de los siglos. En su interior, dos tramos danzan con la bóveda de medio cañón y la cúpula, elevando oraciones hacia el cielo.

Tramacastilla, un poema vivo tejido con hilos de ríos y bosques, donde la naturaleza escribe su propia melodía, y las piedras guardan sus secretos en el abrazo eterno de la Sierra de Albarracín.